La música no suena mal

D.V. Opinión.

Poco se ha hablado de los últimos datos que posicionan a Gipuzkoa a la vanguardia de Europa en relación con los indicadores de pobreza, desigualdad y exclusión social, así como de que el bienestar en nuestro territorio alcanza al 85% de la población. Si bien es cierto que aún tenemos a un 15% de la población en riesgo de pobreza, los indicadores económicos y laborales están evolucionando de forma positiva incluso en términos comparativos con otros países de la UE. Además de nuestro índice Gini, que mide la desigualdad y distribución de la riqueza en los territorios, solo mejorado en Europa por el de Eslovaquia, llama la atención otro informe: el Informe Mundial sobre Felicidad que, cada año, publica Naciones Unidas, en el cual se evalúa la calidad de vida de los ciudadanos de todo el mundo a través de encuestas y análisis de datos.

Al margen de que compartamos o no que la felicidad pueda medirse sobre la base del PIB, la esperanza de vida, la generosidad, el apoyo social, la libertad y la corrupción (a algunos un par de horas trotando por el monte o una vuelta en bici nos cambia esa percepción), la Red de Soluciones para el Desarrollo Sostenible de las Naciones Unidas utiliza esos indicadores para situar a España en la posición 36ª y considerar como los países más felices del mundo a Finlandia, Dinamarca, Islandia, Suiza, Holanda, Luxemburgo, Suecia y Noruega, que coinciden en ser los países con rentas más altas y tener el mayor nivel de bienestar.  Todos ellos comparten políticas redistributivas eficaces que contribuyen a ese nivel de bienestar, pero además se caracterizan por una visión social muy favorable de la empresa y la iniciativa emprendedora.

Y es que estaremos de acuerdo en que la riqueza se debe redistribuir de forma justa y equitativa, pero antes de hablar de redistribuir deberíamos enfocarnos en cómo generarla. Los casos de redistribución de la miseria a lo largo de la historia son sobradamente conocidos, y aun cuando es indudable la obligación de nuestros políticos e instituciones para actuar sobre las políticas de redistribución, sin duda, deberían legislar y trabajar arduamente para facilitar la vida a las empresas, propiciando además un microclima adecuado para que el ecosistema emprendedor se desarrolle con fuerza.

Gipuzkoa está haciendo apuestas valientes e importantes. Se están “tocando teclas” adecuadas que está permitiendo que en los últimos años exista una inercia positiva en sectores tan diversos como las ciencias de la salud, el capital riesgo o la producción audiovisual, juntamente con un impulso a todo el ecosistema del emprendimiento. De alguna manera, y tomando como base la manida frase de Winston Churchill, se han dado pasos en la dirección de considerar a la empresa como el buey que tira del carro y no como la vaca que hay que ordeñar o el lobo que hay que abatir. Creo sinceramente que cuando se pone la zanahoria para que talento y dinero colaboren, para que se pongan a funcionar juntos, los retornos esperados para la sociedad son infinitamente mejores que los que se obtienen a través del palo, de políticas coercitivas y de imposición. Como cualquier ser vivo, el contribuyente, la empresa o el empresario, se contrae ante cualquier signo de peligro o amenaza y, al contrario, resulta tremendamente receptivo y se estimula con gestos cercanos y amistosos. El último ejemplo lo hemos visto recientemente cuando en el marco del Festival de Cine de San Sebastián, la Spain Film Comission presentó un informe de acuerdo con el cual cada euro invertido en incentivos fiscales a rodajes internacionales ha generado un retorno de nueve euros en la economía española. Evidentemente resulta fundamental medir estos retornos a la sociedad, y siempre habrá quien defienda que resulta más sostenible abatir al lobo que ver al pobre buey tirando del carro, pero de momento parece que la música no suena mal.  Volviendo a los emprendedores, y a pesar de que estamos construyendo un ecosistema propicio para su desarrollo, quizás lo que falte hoy es lo más elemental y sustancial que es la actitud o motivación para emprender. Muchos grandes empresarios que en su día fueron emprendedores son personas hechas a sí mismas y, sin embargo, muchos jóvenes de hoy, más preparados que nunca, sienten cierta desconexión hacia el emprendimiento.

Quizás el miedo al fracaso, el conformismo, el anteponer la seguridad y la estabilidad laboral, la falta de referentes y mentores, un futuro más incierto… Probablemente todos tengamos una cuota de responsabilidad en ello: un sistema educativo todavía de corte tradicional, la falta de reconocimiento social, la falta de apoyo suficiente de las instituciones, la falta de impulso a nivel familiar… lo que es un hecho es que esta circunstancia contrasta marcadamente con la cultura emprendedora fomentada en otras sociedades en las que la innovación y el espíritu empresarial son pilares fundamentales. Sin duda, es algo sobre lo que reflexionar y actuar, ya que el factor humano, y la forma en que lo enfoquemos, es y será, a pesar de todo, el factor diferencial del éxito de nuestra sociedad.

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