Reindustrializar, una oportunidad

D.V. Opinión.

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Desde 2020 la economía internacional se ha visto sorprendida por situaciones que no hacen más que ralentizar el desarrollo económico. Arrancamos esta última parte de 2022 con evidentes síntomas de desaceleración económica y con tantas incertidumbres que cunde una sensación de desánimo generalizado sobre cómo se comportará la economía en los próximos trimestres. Desde que llegara la pandemia, nuestras empresas han padecido un rosario de problemas: confinamientos y paradas en la producción, dificultades en la cadena de suministro por escasez de bienes, incremento del coste de las materias primas, problemas con el transporte de mercancías, escalada del precio del gas y la energía, inflación desbocada, subida de tipos de interés, etc. Se enumeran rápido los problemas, pero cada uno de ellos por sí mismo resulta ser una piedra en el cuello para nuestras empresas que tienen que mantener la actividad y defender los márgenes de explotación ante una presión de costes no vista desde hace décadas.

Pensábamos que teníamos una economía robusta pero la realidad ha demostrado que también tiene sus debilidades. La dependencia a la que se ha visto sometida la economía europea debería hacernos reflexionar sobre las cosas que se han hecho mal. De la noche a la mañana, hemos visto que no tenemos suficiente autonomía energética y dependemos de productores poco fiables, hemos visto también escasear y encarecerse las materias primas pues otras regiones del planeta también las demandan y hemos sufrido problemas diversos en el transporte y la logística internacional. En resumen, subcontratar en exceso la producción de bienes a otras economías tiene efec-tos no deseados.

Sirva de ejemplo el problema de los semiconductores para evidenciar como la industria europea de automoción, y especialmente la cadena auxiliar de proveedores, ha sufrido un freno en su actividad por falta de dichos componentes sustancialmente fabricados en Asia. Este ejemplo puede trasla-darse a muchos otros sectores industriales (química, plástico, siderurgia, …)  en los que se ha padecido una escasez de suministro que ha afectado a las empresas europeas por no disponer de proveedores locales.

El peso de la industria en Europa en la década de los noventa representaba aproximadamente un 30% del PIB y actualmente se sitúa en torno al 22%. Parece que la industria pierde peso en su contribución a la economía y perder peso es perder empleo si no es posible recolocar a la gente en otros sectores. Una de las causas que explican el descenso de este ratio la encontramos en la política generalizada de sacar buena parte de la capacidad de fabricación industrial a países donde fabricar resulta más barato, donde existen menores exigencias medioambientales, sociales y tributarias. Ahora vemos en diferido que no todo el monte es orégano y que haber reducido nuestras capacidades industriales nos ha hecho más débiles.

Dice el refrán que se puede hacer de la necesidad virtud. Tal vez hayamos aprendido que tener más fabricas aquí puede ser conveniente, puede hacernos menos dependientes, puede darnos mayor seguridad económica y puede generar mayor empleo. No se trata de dar un giro de ciento ochenta grados a la globalización, ni imponer una autarquía industrial escasamente competitiva. Se trata de promover desde las distintas administraciones publicas una política industrial más estimu-lante y menos burocrática. Se trata de que los gestores empresariales abandonen un enfoque excesivamente ligado a minimizar el coste de producción y se trata también de que los consumidores (empresas y particulares) demanden más el “made in Europe” que el “made in China” dentro de una lógica de mercado que priorice en la medida de lo posible el proveedor local.

El futuro nos traerá productos y servicios con mayor contenido tecnológico y sin duda con mayo-res y mejores prestaciones para usuarios y consumidores. El coche de mañana se conducirá de manera autónoma y será, afortunadamente, mucho más eficiente medioambientalmente, pero este mismo coche también seguirá demandado componentes no tan sofisticados tecnológicamente pero igualmente necesarios. No deberíamos renunciar a fabricarlos. Debemos seguir fabricando torni-llos competitivos desde aquí y no caer en la tentación de subcontratar todo a economías de bajo coste. Ya hemos visto lo que ha pasado con los semiconductores. Si faltan tornillos, semiconductores o cualquier otro componente, las empresas europeas se verán afectadas en su producción y la demanda quedará en parte desatendida. Por eso conviene impulsar la reindustrialización con las ventajas de las nuevas tecnologías, pero sin perder un cierto enfoque europeamente “local”.

Europa quiere impulsar proyectos para impulsar una nueva economía. Se habla de transición energética, de revolución biotecnológica, digitalización transversal o de economía circular y sostenible como vectores de transformación. Todo ello merece la pena pues contribuirá a que la economía europea se situé en la vanguardia del i+d de los próximos veinte años. Pero no hay que olvidar a la industria tradicional, aunque no sea tan glamurosa es igual de necesaria por su fuerte contri-bución al empleo. Sería deseable que una parte de los fondos europeos se destine a mejorar la capacidad de industrialización en un contexto en el que la digitalización y las nuevas tecnologías pueden ayudar a mejorar la productividad en actividades fabriles hoy escasamente competitivas en precio. Potenciar la reindustrialización de Europa debería ser una prioridad. Rectificar es de sabios y todo lo que ayude a que la industria se acerque más al 30% del PIB sería una formidable noticia para nuestra economía.

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