D.V. Opinión
Releyendo las reflexiones que publicábamos a comienzos del presente año 2022, anteriores al estallido del conflicto bélico en Ucrania, me ha sorprendido comprobar, y sin que sirva de precedente, que el análisis que realizábamos ya entonces y las previsiones que dibujábamos sobre la economía para 2022 no han ido muy desencaminados.
Bien es cierto que por aquel entonces no manejábamos un factor, la guerra en Ucrania, que, lejos de arreglar las cosas, lo ha complicado todo de forma desmedida. Un conflicto que, además del horror que implica y la pérdida de tantas vidas inocentes que conlleva, viene acompañado de un impacto económico de efectos imprevisibles. De hecho, como consecuencia de la guerra, han aflorado una serie de cuestiones que nunca habían sido tenidas en cuenta hasta ese momento por el gran público, como la dependencia energética en Europa del gas ruso y del cereal ucraniano.
A lo largo de la segunda mitad de 2021, la economía mundial apuntaba ya diversos y graves problemas como el alza de los precios energéticos, las disfunciones en las cadenas de suministro globales y, como consecuencia de todo ello, una inflación desbocada que ha provocado actualizaciones salariales consolidadas que antes o después restarán competitividad a nuestras empresas frente a sus competidores globales
La tasa de variación anual del IPC en España en junio ha alcanzado el 10,2%, su nivel más alto desde 1985, con todos los componente de dicha tasa disparados (alimentos, bebidas, trans-porte, ocio …). Los precios energéticos, lejos de reducirse con las medidas adoptadas por los gobiernos, siguen escalando (electricidad, gas, combustibles…) con un impacto más que significativo en el bolsillo del consumidor.
Para intentar revertir este escenario se procede a subir los tipos de interés con el objetivo de ralentizar el consumo y presionar de esa manera los precios a la baja. Así, el consejo de Gobierno del Banco Central Europeo ha anunciado recientemente que en julio subirá 25 puntos los tipos de interés por primera vez en más de una década. La persistencia de la inflación, que está marcando niveles nunca vistos desde la creación del euro, ha empujado al BCE a tomar esta decisión y a poner fecha de caducidad a la compra de deuda. A partir de este 1 de julio ya no habrá más compras de deuda.
En Estados Unidos, la FED ha reaccionado de una forma más drástica a la alta inflación que sacude en los últimos meses al país y que en mayo arrojaba una tasa interanual del 8,6%, subiendo sus tipos de interés 0,75 puntos, el mayor aumento en 28 años. Es el tercer incremento consecutivo aprobado por la Reserva Federal norteamericana desde que empezó a subir los tipos de interés en marzo, con lo que alcanza ya 1,75%. Además, su Junta de Gobernadores de ha adelantado que habrá más subidas en el futuro.
En cuanto al crecimiento en Europa, la guerra en Ucrania ha frenado el ritmo de recuperación y aunque el PIB de la zona euro aumentará este año, lo hará solo un 2,8%, lo que supone frenar más de un punto las previsiones presentadas hace tan solo tres meses por parte del BCE.
Todo ello dejando de lado la Covid19 con la que hemos aprendido a convivir, al menos en Occidente, y que, si bien sigue golpeando y provocando hospitalizaciones y bajas laborales que empeoran el nivel de absentismo en las compañías, su impacto en nuestras vidas y en la economía dista mucho de lo vivido meses atrás.
Y en referencia al absentismo laboral, recientemente se publicaban los últimos datos actualiza-dos en España, por comunidades, y tristemente Euskadi tenía el dudoso honor de liderar la clasificación. Este hecho, unido a una actualización general de los salarios vinculados al IPC, provocan un incremento de los costes de estructura de nuestras empresas erosionando su competitividad en los mercados. La actuación conjunta y coordinada de empresarios y trabajadores resulta fundamental.
En el sector financiero se empieza a detectar una ralentización, por no hablar de sequía, en los mercados de capitales y en menor medida en el número de operaciones corporativas. La incertidumbre y la falta de perspectivas sólidas provoca parálisis en los mercados y una caída generalizada de las bolsas. Los inversores buscan activos refugio huyendo de la volatilidad de los mercados en épocas de incertidumbre.
Sin embargo, el exceso de liquidez existente en los mercados derivado de las actuaciones coordinadas de los bancos centrales para reanimar la economía tras los efectos del Covi19 representa también una oportunidad para aquellos proyectos de crecimiento necesitados de una inyección económica para su aceleración.
Y todo esto a las puertas del verano en el hemisferio norte, donde todos los indicadores de ocio están disparados, con unas previsiones para la campaña de verano 2022 superiores incluso a las de años pre-Covid. Visto lo visto, las previsiones y cautelas a largo plazo han quedado desplazadas por las ganas de vivir y disfrutar de la población. ¿Carpe diem?