Valores de la empresa familiar

D.V. Opinión.

En la sociedad actual hablar de valores no está especialmente de moda y tiende a etiquetarse de trasnochado cualquier debate en defensa de los mismos. En el comportamiento social asumimos a menudo que prime más el fin que los medios, el hoy que el mañana y que el interés personal sea la brújula de nuestro comportamiento sin someter éste a principios y valores aprendidos, y teóricamente asumidos, que colisionen con nuestras conveniencias. Sin embargo, no se necesitan más de cinco minutos de debate con uno mismo para asumir que los valores son la esencia sobre la que se debe articular nuestro comportamiento.

Esta relación entre valores y comportamiento también se expande a la actividad empresarial pues una empresa no deja de ser una organización constituida por la iniciativa y el trabajo conjunto de muchas personas. Es por tanto esencial preguntarse qué valores queremos que inspire la actividad de nuestra empresa y luego velar para que haya coherencia entre lo que creemos y lo que hacemos. Se ha estudiado mucho la importancia de los valores en la empresa y parece existir un consenso sobre una serie de ellos que demuestran el éxito alcanzado por algunas empresas familiares que supieron mantenerse fieles a sus creencias para impulsar su desarrollo. Hay tres valores sencillos, pero altamente efectivos, para cimentar un proyecto empresarial: espíritu de sacrificio, compromiso social y valentía emprendedora.

Por espíritu de sacrificio me refiero a esa creencia del empresario que sabe que primero es la empresa y luego sus accionistas. Y en base a ello, todo se hace pensando en hacer crecer el negocio, en hacerlo más competitivo y rentable a largo plazo, aunque ello exija sacrificios en el corto plazo.  Es esa convicción de que la empresa tiene que perdurar más allá de uno mismo y de sus intereses personales. Resulta admirable ver empresarios que reinvierten gran parte del beneficio para fortalecer su negocio, que no ordeñan la vaca hasta la extenuación, que agotan sus energías en llevar a cabo ideas brillantes y arriesgadas para lograr un salto cualitativo de la empresa o que simplemente saben retirarse del negocio llegado el momento sin apoltronarse en el cargo. Hablamos de acciones como reinvertir, ahorrar, trabajar o renunciar. Y hay una infinidad mas de verbos ligados a la actividad empresarial que se activan por un motor espiritual. Todas esas acciones tienen un denominador común: la creencia arraigada de que la compañía es lo primero.

Segundo valor, sentir que la empresa tiene un compromiso territorial y social. Todos somos hijos de nuestra tierra y las empresas familiares en general tienen el firme convencimiento de que deben devolver a la sociedad mucho de lo que esta sociedad les ha dado para construir su proyecto empresarial. Muchas investigaciones sobre la empresa familiar han demostrado empíricamente esta creencia de arraigo a un territorio. Las comparaciones son odiosas, pero nadie discute que una empresa familiar tiene una sensibilidad distinta a la de una multinacional en cuanto a sus criterios de gobierno en lo relativo a su arraigo socio-territorial. Un empresario familiar no solo arriesga su patrimonio también compromete su prestigio personal allá donde ha levantado su negocio. Emocionalmente hay un vínculo con la comunidad donde desarrolla su actividad contribuyendo a generar riqueza -empleo e impuestos- e invirtiendo -recursos- para asentar en un territorio una determinada especialización industrial.  En buena medida, muchas de sus decisiones están influidas por una creencia: ser una célula al servicio de su comunidad.

Tercer valor, valentía para atreverse con todo asumiendo la posibilidad de fracasar. Intentar o emprender tratando de actuar en base a cuatro ideas que le diferencian de las empresas multinacionales: Agilidad (se decide rápido, hay análisis pero no se cae en burocracias y debates estériles), Flexibilidad (se buscan soluciones que otros grandes no saben dar ofreciendo series cortas, pro-ductos personalizados o servicios a medida del cliente), Confianza en las personas (se ofrece un desarrollo profesional y se da autonomía para trabajar) y Tolerancia al fracaso (se asume que el riesgo es consustancial al negocio y que es mejor intentar mejorar que quedarse quieto).

En esta excursión a la importancia de los valores merece la pena acabar con un buen ejemplo. Recientemente el tenista R. Federer ha sido galardonado con un doctorado por la universidad americana de Dartmouth. En su discurso de agradecimiento, Federer hace una defensa de aquellas creencias que le ayudaron como tenista y como persona. Entre estos valores caben destacar los siguientes: Primero, es un mito creer que las cosas salen sin esfuerzo. Segundo, el trabajo de uno es mejor que la habilidad innata. Tercero, la disciplina es talento. Cuarto, para creer en ti mismo te lo tienes que ganar. Cinco, puedes hacerlo muy bien y acabar perdiendo. Y sexto, la vida es más que una cancha de tenis.  Vaya colección de “dejadas”. El tenista suizo tenía muy claro con qué ideas y valores quería jugar en la vida. Y la verdad, no le ha ido nada mal.

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