El día de la marmota

D.V. Opinión.

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Empecé escribiendo este artículo hablando sobre la inflación. Ese fenómeno que nos llegaba durante años del otro lado del océano y que hasta ahora relacionábamos más con el tango, el mate o los distintos tipos de cambio del peso… Ese fenómeno que pensábamos erradicado en Europa y que infunde miedo porque nos empobrece a todos. Un fenómeno que está grabado especialmente en la memoria colectiva alemana porque incluye amargas experiencias como la hiperinflación derivada de la Primera Guerra Mundial, la reforma monetaria posterior a la Segunda Guerra Mundial o los efectos posteriores a la reunificación en 1990. Ese fenómeno que parece no deja alternativa al endurecimiento de la política monetaria y la subida de la tasa de interés aun a riesgo de enfriar la economía y llevarnos por delante hasta una recesión. ¡Qué difícil equilibrio y menuda incertidumbre! Quería efectivamente pensar, escribir sobre la inflación… Y en esas estaba, cuando en el lapso de unos días nos vemos envueltos de nuevo en la vorágine mediática que marca la actualidad sobre si toca subir o bajar impuestos con el arma arrojadiza de los impuestos como protagonista principal. ¡Qué poco edificante opinar sobre una cuestión tan polarizada y sobre la que cada uno de nosotros tiene un criterio totalmente inmovilista! No ha pasado mucho tiempo desde la última vez que los impuestos acapararon titulares periodísticos, y como si del día de la marmota se tratara, ya tenemos otra vez el tema sobre la mesa. Aun siendo complejo hablar de las causas, efectos y soluciones a la inflación, me resulta menos gratificante hablar sobre la presión fiscal. Y el motivo es simple. En la solución a la cuestión de la inflación parece haber un consenso global y las soluciones son de un corte tan técnico y macro que nos excede. Más allá de que se nos anuncie un invierno largo y se pida un sacrificio a la ciudadanía (sangre, sudor y lágrimas como dijera Churchill), el problema es, además, lo suficientemente complejo como para que entre el común de los ciudadanos podamos llegar a enzarzarnos discutiendo sobre ello.  Por el contrario, en materia de impuestos, como en el futbol, cada uno de nosotros tenemos claro nuestro equipo. Y lo tendremos casi seguro de por vida, salvo que nuestra posición económica varíe de forma sustancial. Porque ahí sí, el caso Figo será una broma comparado con los cambios de argumentario que podamos ver.  Y es que en cuestión de impuestos opinamos desde las tripas. Si nos encontramos en el grupo de los menos privilegiados, todo lo tendrán que pagar los ricos. Y todo será poco, porque no nos plantearemos un nivel máximo de bienestar social. Como lo pagan otros, los ricos, no pondremos objeciones a que el gasto público crezca sin límite. En palabras del economista Thomas Sowell, conservador liberal, cierto, pero tiene su punto, "nunca entendí por qué es egoísta quedarte el dinero que ganaste y no lo es querer quedarte con el dinero que ganaron otros". Por el contrario, si tenemos la suerte de encontrarnos entre los más privilegiados, protestaremos contra el ingente gasto público sin control y el carácter confiscatorio del Impuesto sobre Patrimonio y lo injusto que es porque supone gravar a alguien de nuevo por conceptos sobre los que ya tributó, sin pararnos a pensar si quiera si verdaderamente hemos tributado anteriormente por la generación de ese patrimonio. En medio, los privilegiados, pero menos, que se cuestionan la razonabilidad entre lo que reciben del estado de bienestar y la elevada tributación que asumen por su renta, y con un poco de suerte también por patrimonio, que en algunos casos no será mucho menos que la de algunos de los más privilegiados por la propia composición de los patrimonios de unos y otros. Y eso en lo que a los ciudadanos se refiere, porque a nivel político me temo que las opiniones y motivaciones son otras. ¿Cómo puede ser que a día de hoy no sepamos si en la coyuntura económica actual conviene subir o bajar impuestos? ¿Cómo puede ser que todos los días nos encontremos con un titular de si tal comunidad autónoma baja la presión fiscal, el gobierno anuncia el alza y tal o cual institución europea dice una cosa o la contraria? En los últimos días hemos visto cómo Andalucía bonificaba al 100% el Impuesto sobre el Patrimonio, Galicia lo hacía al 50%, Murcia anunciaba su intención de subirse a este carro, Valencia reducía el IRPF para las rentas más bajas, y el Gobierno, en la línea de las últimas recomendaciones anunciadas por el BCE, anunciaba una mayor presión fiscal y un nuevo impuesto extraordinario para las grandes fortunas que no puedan sortear las comunidades autónomas y que se sumaría a los impuestos recién aprobados sobre la banca y las empresas energéticas. Creo que antes de plantear una subida de impuestos, más aún si se hace por motivos ideológicos o electorales, deberíamos revisar la eficiencia de la gestión del gasto de nuestro estado de bienestar, pero resulta que estamos a las puertas de las próximas elecciones… Mientras tanto, desde los territorios forales observamos con atención todos estos movimientos. Nosotros ya hemos deflactado las tarifas del IRPF, y los anuncios del Gobierno de Sánchez, en principio, no nos tienen porqué afectar. En relación al Impuesto sobre el Patrimonio, tristemente no hay debate más allá de que nos preguntemos si las rebajas en otros territorios producirán una salida de contribuyentes. Si como decía antes, en fiscalidad pensamos con las tripas, qué decir sobre un impuesto tan ideológico como el de patrimonio… Imposible plantear un debate sereno, no ya en términos de si los ricos deben pagar o no, sino pensando en qué es lo mejor para nuestro territorio.

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