D.V. de Opinión.
Tras nuestro periodo vacacional por excelencia, agosto, y volviendo a la carga con el ánimo de afrontar la última etapa del año de la mejor manera posible, felicito a todos aquellos que han conseguido desconectar de su rutina no vacacional. La verdad es que yo no lo consigo del todo, creo que en parte debido a la “imposibilidad” de alcanzar la desconexión tecnológica. Una incapacidad que también observo a mi alrededor, principalmente motivada por los cambios de usos y hábitos que acarrea la creciente digitalización de nuestras vidas.
Remontándonos en el tiempo, fue en 1943 cuando Warren McCulloch y Walter Pitts presentaron lo que hoy se considera como el primer trabajo en el campo de la inteligencia artificial en un tiempo en el que ni siquiera existía ese término: la primera explicación lógico-matemática del cerebro humano, un modelo neuronal formal para explicar su funcionamiento. Uno años más tarde, en 1956, fue John McCarthy quien acuñó la expresión “artificial intelligence” definiéndola como “la ciencia e ingenio de hacer máquinas inteligentes”. Hoy, gracias a las grandes mejoras tecnológicas, los nuevos avances son adquiridos con cada vez más velocidad y mayor alcance, en un proceso que se nos presenta como imparable. Y, por ello, en más de una ocasión, chocan cuestiones éticas con cuestiones preferentemente económicas. La principal batalla se libra entre estos tres contendientes: las grandes empresas tecnológicas poseedoras de los datos, los que necesitan de estos datos para el desarrollo tecnológico pertinente y socialmente deseable y aquella parte de la ciudadanía que teme que sus libertades se vean mermadas por el poder y el control alcanzado por las primeras.
En este contexto, en noviembre pasado entró en vigor la Ley de Mercados Digitales (LMD) de la Unión Europea y hace escasamente una semana, el pasado viernes 25 de agosto, ese mismo organismo aprobó la Ley de Servicios Digitales (LSD), la gran regulación europea que implementa toda una serie de nuevas obligaciones a las grandes tecnológicas y que transforma las reglas de juego para afrontar los problemas que afectan a la sociedad digital: combatir los discursos de odio y la desinformación y devolver al usuario ciudadano de la Unión Europea la soberanía de sus datos, entendidos éstos como la “materia prima” de la nueva era de la información
Con su “Estrategia europea de datos”, la Comisión Europea busca convertir a la Unión en líder de una sociedad dirigida por los datos en el convencimiento de que “la creación de un mercado único de datos permitirá que estos fluyan libremente por la Unión y entre sectores, en beneficio de las empresas, los investigadores y las administraciones públicas”. En ese mercado único se deberán respetar plenamente las normas europeas, en particular en materia de privacidad y protección de datos, así como la legislación sobre competencia. Conjuntamente con la protección de los datos personales recoge como eje fundamental el uso de los datos industriales no personales y datos públicos que resultarán ser, junto con el desarrollo de la tecnología necesaria en cuanto al almacenamiento y tratamientos de los mismos, ejes fundamentales para la prosperidad.
Sin embargo, no podemos soslayar la realidad de que son Estados Unidos y China quienes lideran la carrera de la inteligencia artificial mundial, ambos países regulados por sus propias legislaciones y con estrategias muy diferenciadas. Y son especialmente las compañías estadounidenses las que están librando una batalla encarnizada contra la Comisión Europea por las multas multimillonarias que ya se les han impuesto y por aquellas que les van a poder llegar tras la aplicación de la nueva legislación que les obliga a modificar y restringir la obtención y el uso de los datos de los usuarios.
En esta sutil frontera entre los intereses de unos y otros… ¿dónde marcar la línea roja? Desde una mirada práctica y actual, resulta evidente que uno de los campos en los que los diversos puntos de vista pueden chocar con mayor intensidad, es el de la medicina, disciplina que la Inteligencia Artificial está revolucionando y en cuyo ámbito sería irresponsable y un error altamente reprochable no seguir avanzando. Las grandes tecnológicas muestran sin ambages su interés real y efectivo en el ámbito de la salud, obviamente atraídas por el enorme potencial negocio subyacente. Y es que el ámbito de influencia de la inteligencia artificial en la medicina es inmenso: detección precoz y diagnóstico de enfermedades, diseño de tratamientos personalizados, mayor eficiencia de los ensayos clínicos, aceleración en el desarrollo de nuevos fármacos… En esta simbiosis entre la medicina y la inteligencia artificial, hasta la fecha, vencen las opiniones de quienes animan a no ser tan proteccionista con nuestros datos, lógicamente condicionados porque resultan más claros los beneficios que los perjuicios. Sin embargo, esta perspectiva no es tan evidente en otros contextos o sectores y, por tanto, habrá que analizar las cuestiones con calma y trabajar con pies de plomo para buscar un equilibrio que puede resultar difícil de alcanzar.
Mientras tanto, espero que la tecnología no haya conseguido que hayáis pedido la emoción de ver una puesta de sol o la tranquilidad y el sosiego de disfrutar de una larga cena con los amigos y familia. Que el inicio del curso sea, sobre todo, feliz.