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Trabajar para espabilar y crecer

D.V. Opinión.

5/4/2024

¿Vivir para trabajar o trabajar para vivir? Esta era la disyuntiva planteada por unos jóvenes en un segmento de los informativos de ETB semanas antes de las pasadas elecciones y que era retomada por algunos candidatos a Lehendakari, como si fuera la única alternativa. Y es falsa, puesto que la primera, como todos los excesos, puede llevar al desequilibrio y diversas patologías, mientras que la segunda es indispensable para la subsistencia.

Un reciente ensayo escrito por Andoni Eizagirre y Ion Muñoa, profesores e investigadores de las Universidades de Mondragón y Deusto, respectivamente, expone de manera concisa y brillante las di-versas transformaciones radicales acontecidas en el mundo en las últimas décadas (así, la globalización del comercio, las innovaciones tecnológicas, el dinamismo y creciente competencia y cualificación de los trabajadores de las economías emergentes, la digitalización, robotización e inteligencia artificial, entre otras) y su impacto en las tendencias tanto económicas como políticas, y su incidencia en los países europeos y en Euskadi, en particular.

En la presentación de dicha obra, Zigor Ezpeleta, Director de Gestión Social del Grupo Mondragón, manifestaba que la sociedad vasca tiene que realizar avances si desea mantener el nivel de bienestar actual. Efectivamente, en buena parte de los países emergentes asiáticos, especialmente China e India, el objetivo de remontar el nivel de vida y el afán de crecimiento para lograrlo que comparten sus dirigentes y poblaciones, les sirve de trampolín para alcanzar cotas de progreso significativas. No se observa similar impulso para el crecimiento en nuestra sociedad vasca, por lo demás decrépita y cada vez más individualista y reivindicativa (¿qué hay de lo mío?), lo que le lleva a concluir que como no espabilemos no podremos mantener nuestro actual nivel de vida.

Como avezado ejecutivo habituado a buscar soluciones tras el diagnóstico, Ezpeleta apuntaba a la transformación cultural de las personas como piedra angular para adaptarse a los cambios venideros, con actuación a dos niveles: el de las empresas y el personal o individual.

Las direcciones de las compañías tienen un papel primordial para encender la chispa del compromiso entre los empleados, mediante la introducción de cambios en la dinámica de gestión, utilizando para ello palancas como la confianza, la autonomía, la participación y la formación. A tal efecto, instrumentos como Fabrika, centro formativo innovador puesto en marcha por ADEGI (Asociación de Em-presas de Gipuzkoa), pueden facilitar el impulso de esta transición cultural por la que aboga Ezpeleta, a través de sus programas y talleres dirigidos a compañías y organizaciones que quieran evolucionar su cultura para aumentar su efectividad y adaptabilidad a largo plazo ante los retos a los que se enfrentan.

Junto a lo anterior, otra parte fundamental en la transformación cultural dependerá exclusivamente de la voluntad de cada persona. Cómo activar este deseo individual no es, sin embargo, evidente. Apelando al sentido común, recordemos que no deberíamos perder el tiempo en cambiar cosas que están fuera de nuestro control: resultaría un esfuerzo tan inútil, como frustrante. Por el contrario, dirigiendo nuestras acciones hacia objetivos de mejora que estén a nuestro alcance individual, des-plegando los incentivos intrínsecos y tradicionales de la condición humana (el sentido del esfuerzo, una sana ambición de progreso, el orgullo que produce el trabajo bien hecho y lograr el reconocimiento de nuestro desempeño), conseguiremos poner en marcha una renovación que nos beneficia-rá personalmente, así como a nuestros círculos más próximos (familia, amistades, empresa y comunidad).

Malcolm Gladwell, reconocido periodista y escritor canadiense, en su libro “Fuera de Serie: por qué unas personas tienen éxito y otras no”, esgrimía que para que cualquier trabajo sea valioso y tenga sentido para quien lo realiza, deberá reunir tres características: autonomía (cierta capacidad de poder organizarse la labor a desarrollar), complejidad (para ocupar la mente y la imaginación) y una relación directa entre el esfuerzo invertido y la recompensa obtenida. Cumplidas esas tres características, todo trabajo es satisfactorio. Lo que hace la gente que triunfa -como ahora lo están haciendo los de los países emergentes asiáticos- es trabajar duro. No es una cuestión de aptitud sino de actitud. El éxito es fruto del esfuerzo, la tenacidad y la disposición a trabajar duro. La rueda está inventada y no queda, pues, otra: para mantener o mejorar nuestro nivel y calidad de vida, toca espabilar y trabajar todos aún más duro. Quid pro quo.

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