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Jinetes del Apocalipsis

D.V. Opinión.

12/10/2025

El libre comercio constituye el fundamento básico sobre el que se asienta el auge de las civilizaciones más exitosas a lo largo de la historia de la Humanidad. Además del tráfico de bienes, la aportación más trascendental efectuada por el comercio al progreso de las sociedades es de tipo intelectual, permitiendo a las culturas receptoras el acceso a nuevas ideas, métodos y tecnologías que no hubiesen podido desarrollar por su propia cuenta. La interacción con extranjeros portadores de otras experiencias e ideas ensancha para todos el horizonte de lo posible.

Esta es la tesis que defiende Johan Norberg, escritor e historiador sueco en su reciente libro “Apogeo Humano – Qué podemos aprender del ascenso y declive de las Épocas Doradas”, donde destila las causas por las que han surgido civilizaciones que han alcanzado un nivel de prosperidad superior al de otras sociedades coetáneas, exponiendo ejemplos de culturas diversas, desde Atenas y la Roma imperial, pasando por el Califato abasida, la dinastía Song en China, las ciudades-estado de la Italia septentrional, los Países Bajos y la denominada “Anglosfera” que, partiendo del Reino Unido, EE.UU. y demás territorios del otrora Imperio británico, en la actualidad engloba a muchos otros países no todos anglófonos como los de la Unión Europea, buena parte del este asiático y latinoamericanos, que han adoptado las derivadas políticas y económicas (democracia liberal y libre comercio) de la Pax Americana tras la Segunda Guerra Mundial.

Tres son los pilares del progreso acontecido en dichos períodos: la existencia de núcleos urbanos importantes (Atenas, Roma, Bagdad, Hangzhou, Venecia, Amsterdam, Londres o Nueva York) que favorecían la confluencia de gran cantidad de cerebros con las rutas marítimas del comercio, viajes y migraciones internacionales vectores de ideas, descubrimientos y variedad de métodos para su aprendizaje y experimentación. Sociedades inclusivas donde los ciudadanos podían experimentar e innovar sin temor a las arbitrariedades de señores feudales, gobiernos centralizadores o ejercitos de rapiña, lugares en los que imperaba cierta paz, un orden jurídico y la salvaguarda de derechos de propiedad. Finalmente, la ausencia de ortodoxias impuestas por autoridades políticas o religiosas acerca de cómo pensar u obrar, permitiendo que la curiosidad y creatividad de personas extraordinarias produjesen nuevos conocimientos, riqueza y capacidades tecnológicas.

El análisis histórico demuestra, no obstante, que dichos florecimientos no perduran indefinidamente. Los gobiernos limitaron el comercio exterior en aras de la preservación del statu quo de los intereses de poderes fácticos preexistentes. Así, mediante la imposición de medidas proteccionistas en forma de aranceles y limitaciones al libre comercio acarrearon la reversión del progreso logrado, abocando las sociedades a su estancamiento o retroceso con consecuencias desastrosas para la inmensa mayoría de sus poblaciones. Como ejemplo el de China tras la caída de los Song y el advenimiento de la dinastía Ming en la segunda mitad del siglo XIV, que impuso la prohibición del comercio internacional bajo pena de muerte, causando así el empobrecimiento dramático de sus habitantes, sumidos en una ruina económica que persistió seis siglos.

La lección histórica es clara: aunque parezca un escudo, el proteccionismo imprudente deviene en una jaula que atrofia el progreso social. Por ello Norberg considera las barreras al libre comercio como el cuarto Jinete del Apocalipsis, junto a la guerra, la peste y el hambre.

Está por ver si la edad de oro en la que todavía nos hallamos inmersos acabará de la misma manera. Albergo la esperanza de que el Tribunal Supremo norteamericano pronto ratificará la determinación de dos instancias jurisdiccionales inferiores declarando la nulidad de la mayor parte de los aranceles aduaneros decretados por el presidente Trump por infracción del mandato constitucional de que todo impuesto ha de ser aprobado por los legisladores del Congreso, no en balde el ”no taxation without representation” fue el clamor que galvanizó los anhelos de libertad de los colonos revolucionarios rebelados contra la tarifa al té decretada por el monarca británico.

Confío más aún en que los restantes países actores y beneficiarios del formidable bienestar generalizado causado, entre otros, por la reducción significativa y universal de las tarifas aduaneras desde mediados del siglo XX sabrán extraer con sabiduría las lecciones de la historia, incluidas la preservación del comercio más libre posible entre los pueblos y el acatamiento al ordenamiento de Derecho internacional vigente tejido paciente y laboriosamente durante décadas, descabalgando así a funestos jinetes de la ruina.

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