Gambito de dama

D.V. Opinión.

Hombre rico, hombre pobre. Ante el cada vez mayor consenso expresado en diferentes órganos de la Administración en torno a la necesidad de una reforma fiscal amplia y profunda, y como tema de actualidad que es, corremos el riesgo de convivir a lo largo de las siguientes se-manas con debates mediáticos paralelos que lejos de basarse en análisis de cierto calado en la materia conlleven el habitual riesgo de tender a simplificar las conclusiones en los siguientes términos: hay que incrementar impuestos a los tramos más altos de tributación y a las empresas en aras a una reducción general de la pobreza y la desigualdad.  

Dicha reflexión me viene a la cabeza, sumergido un domingo lluvioso en la lectura de las páginas de dos de las mentes económicas más influyentes de nuestra era, Arthur Laffer y Thomas Piketty.

Las teorías de Laffer, con su famosa “curva de Laffer” sugieren que hay un punto óptimo de imposición fiscal que maximiza los ingresos del gobierno sin desincentivar la inversión a través de una contención impositiva a los tramos más elevados de tributación. Este postulado, a priori,  contrasta profundamente con las ideas de Piketty sobre la necesidad de impuestos progresivos para contrarrestar la creciente desigualdad económica. Ambas teorías, tan divergentes en sus enfoques, me llevan a una encrucijada de pensamiento justo cuando mis ojos ceden ante el peso del sueño.

En ese momento la escena que me viene a la mente es tan vívida como inesperada: una antigua sala en San Petersburgo, donde un público variado aguarda expectante ante una mesa y dos sillas vacías el comienzo de la partida del siglo XXI. Sesenta años después del mítico duelo Byrne-Fischer acontecido al otro lado del atlántico, Arthur Laffer y Thomas Piketty se enfrentan en un tablero de ajedrez, listos para resolver sus diferencias intelectuales a través de un juego que simboliza esa noche la lucha entre la eficiencia económica y la equidad.

La partida comienza con Laffer avanzando sus peones, representando su creencia en la simplificación fiscal y la estimulación económica a través de impuestos bajos. Piketty, por su parte, mueve sus piezas con una estrategia defensiva, protegiendo cuidadosamente sus recursos más valiosos, simbolizando con ello su enfoque en la protección social y la redistribución de la ri-queza.

La partida avanza, cada movimiento refleja un argumento, un contraargumento, y la complejidad de las políticas fiscales que cada uno defiende. Laffer ejecuta un gambito de dama, sacrificando piezas a corto plazo, en forma de contención de impuestos, con la esperanza de ganar una ventaja económica más amplia a largo plazo en forma de atracción de inversión y eficiencia económica. Piketty, por otro lado, organiza sus piezas en una estructura sólida, buscando un equilibrio que proteja a los más vulnerables.

En un giro inesperado, un movimiento audaz de Piketty lleva la partida a un punto crítico, forzando a Laffer a reconsiderar su estrategia. Es aquí, en este momento de reflexión, donde el sueño me revela una verdad más profunda: que la solución a nuestros dilemas fiscales no reside probablemente en la victoria absoluta de una teoría sobre la otra, sino en la capacidad de encontrar un equilibrio entre ambas. La partida termina en tablas.

Despierto con una sensación de claridad mental. La partida de ajedrez, aunque un producto de mi imaginación, resulta ser a mi entender una metáfora perfecta para el debate fiscal que se avecina. La necesidad de políticas fiscales que promuevan el crecimiento y la innovación, sin dejar de lado la justicia social y la equidad, se presenta como un imperativo ineludible.

La visión de un equilibrio entre las teorías de Laffer y Piketty no es solo un ideal soñado, sino una posible realidad. La clave está en reconocer que, en el complejo juego de la política fiscal, no hay movimientos únicos que garanticen el éxito. En su lugar, debemos estar dispuestos a adaptarnos, a sacrificar y a proteger, siempre con el objetivo de lograr una sociedad más próspera y equitativa.

El sueño de la partida de ajedrez en San Petersburgo, más que una simple fantasía nocturna, se convierte en una llamada a la acción. Invita a buscar soluciones fiscales que no se inclinen totalmente hacia el crecimiento económico a expensas de la equidad, ni hacia la redistribución sin considerar las consecuencias para la innovación y el progreso. En este equilibrio, en este punto medio entre Laffer y Piketty, puede que se encuentren las respuestas a algunos de los desafíos económicos más persistentes que se avecinan. Como en cualquier partida de ajedrez, la victoria final del conjunto de la sociedad depende, a mi entender, de nuestra capacidad conjunta para pensar estratégicamente, para anticipar y para comprender que, a veces, el mejor movi-miento es aquel que aún no hemos considerado.

En la complejidad de nuestra sociedad, las soluciones raramente son absolutas. En lugar de ello, deben ser buscadas en la síntesis de ideas, en la comprensión mutua y, sobre todo, en la voluntad de encontrar un camino común hacia un futuro compartido.

La partida podrá comenzar con blancas y negras pero el éxito está en multitud de ocasiones en los grises.

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